By Denis Sklyarskiy (Own work), via Wikimedia Commons |
A mi de pronto me transporta a mi infancia. Parece que estoy tranquila escuchando la música de Paco sentada sobre un taburete alto y haciendo pendientes y pulseras de bisutería en la tienda "Somnis" de mi padre. Porque "Entre dos aguas" amansaba a las fieras (a mis hermanas y a mí). Incluso es como si pudiera oler el incienso quemándose, mezclado con el olor de alguna vela que se va derritiendo poco a poco. Veo el humo del tabaco de mi padre. Le escucho hablar con sus amigos, los hippies que pasaban tardes enteras acodados a la mesa de trabajo de la tienda como si de un bar de tratara. Siempre pensé que los turistas que ocasionalmente entraran en aquella tienda tan bonita (la más bien decorada de la isla, os lo aseguro, aunque debe ser de las que menos vende) debían pensar que éramos un conjunto de personas más bien extraño. Niños y adultos mezclados, sin saber quién de aquel grupo de amigos era el que debía atenderles. Hasta que aparecía mi padre tras el tablero con su barba espesa y su mirada traviesa a chapurrear cuatro palabras de inglés o francés combinadas con muchos aspavientos y los guiaba entre los tesoros escondidos en la tienda.
No, no tiene nada que ver con Paco de Lucía. Pero de algún modo la imagen me vuelve sin haberla llamado. Y es por la música, por esas notas que me llevan a la infancia. Esa infancia que ha muerto un poco con el músico también. Por eso es tan triste su partida.
Espero de todo corazón que su música perdure y que en el futuro a mis hijos les guste tanto como a nosotros el sonido que sacaba con sus dedos ágiles sobre las cuerdas. No sé qué les recordará a ellos, pero espero que sea algo tan bonito con las notas que arrancaba Paco concentrado y con los ojos cerrados.
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