Pol e Izan con sus botas y paraguas. (C) Foto de Celia Ramón, 2013 |
La felicidad de lo cotidiano es una de las grandes lecciones que día a día nos recuerdan los más pequeños de la casa.
Cuando al salir del sopor de las sábanas he recordado que hoy tenía que llevar a los gemelos a la guardería en autobús y he constatado que caía el diluvio universal tras las ventanas, me ha dado una pereza enorme e interiormente he empezado a resoplar imaginando que Pol se empapaba saltando en el primer charco del camino o que cada uno se escaparía en una dirección.
Armada con botas de agua de Spiderman y Rayo Mc Queen, con paraguas del hombre araña, mochila al hombro y dirigiendo mi propio mega paraguas escocés como si del palo de un pastor se tratara, me he dispuesto a iniciar el camino. Pero la realidad es mucho más sencilla a veces de lo que nos empeñamos en creer.
Clic. Cambio de chip. Los mellizos iban encantados bajo su paraguas, parecían champiñones de colores surgidos de pronto de la gris acera para alegrar el paisaje urbano. Siguiendo las instrucciones de mamá a rajatabla iban en fila india para dejar pasar a los demás peatones, ni se acercaban a la orilla de la acera e iban mirando los charcos con deleite contenido y decían "luego en el patio del cole saltamos en los charcos, que llevamos botas, pero ahora noooo".
Un día de lluvia gris y frío es una delicia para los niños enfundados en sus catiuscas, hasta arriba de ropa e impermeables y con paraguas al hombro. Lo complicado es en realidad sencillo y muy divertido. Qué gran lección de felicidad.
www.planeandoserpadres.com A nuestra sobrina le encanta meterse en los charcos y ponerse de barro hasta la cabeza. Menos mal que su mami es muy tolerante y le ha comprado unas súper botas para que vaya salpicando agua por todos lados.
ResponderEliminarYo también les compré unas botas de agua para que disfrutaran saltando en los charcos, es algo simple y muy placentero, lo recuerdo como algo que proporciona una gran sensación de libertad. Sin embargo, no esperaba que mis gemelos corrieran buscando piscinas más que charcos. Ni unas botas dd pescador hasta la ingle pararían la empapada general que provocan. Cuestión de ir con u a gran mochila llena de recambios de ropa, chaquetas, calzoncillos y zapatos incluidos ;)
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios. Desde luego, saltar en los charcos es uno de los grandes y simples placeres de la vida. Un hurra por los padres tolerantes -que los niños, entre otras cosas, se tienen que ensuciar-.
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