miércoles, 1 de septiembre de 2010

El primer vuelo de los gemelos

Viajar con dos bebés en avión es complicado. Para empezar, dos bebés no pueden ir con un solo adulto, se necesita una persona por bebé, así que hemos hecho filigranas para ir y volver. Andrés viajará de Barcelona a Ibiza y viceversa cuatro veces en diez días. Para llegar a la isla los cuatro y que los peques acaben de conocer a la familia, para ir a trabajar, para venir a buscarme y para regresar de nuevo los cuatro. Los costes, por supuesto se disparan.



Nos hemos comprado finalmente un cochecito gemelar McLaren de los que se pliegan en tijera. Porque el segundo problema fue comprobar que si bien llevar un carrito en el avión para el niño es gratuito, no se admiten varias piezas. Queríamos llevar la estructura que lleva además el adaptador para dos sillas con los dos maxicosis, pero ¡nos cobran 20€ por trayecto por silla!

Cargados con dos maletas considerables, el cochecito gemelar, un par de mochilas con cambios de pañales, cremas para el culete, toallitas, biberones, leche en polvo y demás trastos (por si el avión se retrasaba y teníamos que acampar de emergencia en el aeropuerto) llegamos casi con dos horas de antelación al vuelo y casi llegamos tarde al embarque. Y es que entre medias tuvimos que hacer una larga cola para facturar (con dos bebés no estábamos seguros de poder hacerlo directamente vía internet) y otra para pasar el control de seguridad.

Esa fue la siguiente aventura. Los niños dormían plácidamente en su cochecito gemelar. Toda una suerte visto que además cargábamos mochilas y que de ese modo todo es más sencillo. Claro que eso a los de Securitas les importa más bien poco. Pasamos las mochilas por el escaner. Pasamos nosotros. Me pitó y como llevaba ropa ligera de verano y apenas una goma elástica en el pelo, me hicieron quitar mis chanclas de tela con una suela de dos milímetros de plástico... No sé qué pensaron que podía tener escondido en esos zapatos, ¡ridículo! Y nos dijeron: "Saquen a los niños y pasénlos bajo el archo detector de metales mientras dejan también el carro en la cinta transportadora". Les pregunté si no era posible que registraran el carro (vacío de todo menos de los niños, por otra parte), para no tener que despertar a los bebés, pero los de seguridad no pueden hacer nada sin permiso de la Guardia Civil y aplicaron en código más estricto. Así que cogí a Izan, Andrés desató y me pasó a Pol, pasé bajo el arco detector con los dos y los sostuve intentando que no se despertaran mientras Andrés plegaba el carrito y lo pasaba por el escaner, lo recogía -una vez comprobado que ni las varillas de nuestro flamente nuevo chochecito van rellenas de coca ni los escasos bolsillos transportan ni pistolas ni explosivos- y lo volvía a montar. Mientras, claro, las miradas de los que esperaban su turno para pasar el control estaban llenas de rencor, pero eso sí, nadie se abalanza a ayudar a sostener a un niño.

Ya estábamos dentro y... ¡sorpresa! ¡¡Era la hora de embarcar!! A paso ligero fuimos hacia el final de la terminal -por supuesto, no estábamos en una de las puertas del principio, no- hacia la larga cola de pasajeros a punto de entrar en el avión. Nos dijeron las azafatas que los niños pasarían primero y que esperásemos en un lateral. Mientras fui a comprar una botella de agua natural para poder hacer biberones en el avión si era necesario -en el control hubiera sido imposible pasar con el termo lleno de agua templada preparada para hacerles más agradable la ingesta y no nos atrevimos a pasar el termo vacío por si se lo quedaban los de seguridad de recuerdo-. Me peleé con la dependienta porque me devolvía mal el cambio y por mis cinco euros de vuelta que no me daba me hice llamar ladrona. Pero conseguí que me lo dieran a regañadientes. Espero que al ver que la caja le cuadraba haya tenido remordimientos por acusarme falsamente, ¡el fastidio que me dio!

Llamada a los pasajeros con niños. Ahí que vamos confiados de ser unos pocos y resulta que el avión era casi una guardería. Otros pasajeros con gemelos de un añito y mucha más experiencia, los llevaban colgados en sendas mochilas y el carrito plegado. Y es que no pasaba por los pivotes ni las puertas del embarque al avión. Nosotros, mucho menos diestros, hicimos esperar a todo el mundo mientras yo volvía a cargar con un niño y la maleta, Andrés plegaba un poco el cochecito para hacerlo pasar por la puerta y nos poníamos nerviosos por el espectáculo que dábamos. Esta vez tampoco nadie ayudó.

Otra sorpresa mal. En los avines sólo puede viajar un bebé por fila porque sólo tienen una mascarilla doble para respirar en caso de accidente. Así que yo viajé con Pol en la fila doce junto a la ventanilla y Andrés en la trece en el extremo contrario. Imposible pedirle biberones, toallitas o cualquier cosa. ¡Con lo reconfortante que hubiera sido estar juntos y poder calmarlos entre los dos!

El avión, desde luego, es rápido pero un transporte poco amigo de los niños. Es un espacio que no se controla para nada, no te puedes levantar ni acunar al niño, si llora todo el mundo te lanza malas miradas de reojo y no hay ni una pizca de comprensión hacia unos bebés que al fin y al cabo se encuentran raros, con dolor de oídos, sin consuelo ninguno más que mamar o dormir. Que es lo que hizo Pol con lloriqueos entre medias. Izan, en cambio, se asustó nada más entrar y lloró todo el camino. Pobres, qué alivio al bajar del avión.

La próxima vez intentaremos ir menos cargados, con mochilas, el cochecito plegado o embarcado... O en barco, aunque puede que se mareen y sea otra odisea... ¿Qué vamos a hacer? Tenemos la familia desperdigada por todas partes y no es plan de clausurarnos en casa. Pero, desde luego, viajar con niños no es nada fácil.

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